El mejor final de la historia del cine es el de la película “El planeta de los simios” (1968). El astronauta Taylor (Charlton Heston) y la primitiva humana Nova (Linda Harrison) cabalgan por una larga playa. Parece un momento de calma dulce después de que han conseguido dejar a los simios atrás, pero la banda sonora nos anticipa que algo está a punto de ocurrir y, enseguida, la cámara nos revela una oscura mole ante la que los protagonistas se detienen. Charlton Heston se apea del caballo y, desde la orilla, la contempla en estado de shock. El espectador sabe que está viendo una imagen perfectamente reconocible que la cámara está a punto de mostrar y que automáticamente, como un movimiento magistral de ajedrez, decantará toda la historia:

  • Es un final sorprendente (no anticipado).
  • Es un final que recoge todos los hilos de la narrativa y cierra la película con una conclusión lógica que se deduce a partir de las premisas de la historia.
  • Es un final que abre un amplio espacio de posibilidades para la especulación.

Parece sencillo, pero pocas veces un final cumple tan nítidamente con estos tres sencillos preceptos.

En todo caso, no es mi objetivo en este post argumentar por qué es el mejor final de la historia del cine. No me considero un experto cinéfilo y no pretendo ejercer de crítico literario. Nada más lejos de mi intención. La razón por la que quiero hablar de este final es porque para mí fue absolutamente revelador y mi memoria lo identifica como una influencia directa en mi vocación y en mi carrera profesional. Y lógicamente llegó un momento en que no me quedaba más remedio que preguntarme: y si esa escena ha sido realmente tan influyente, ¿a quién debo darle las gracias? ¿quién fue el culpable? ¿quién fue su creador? En en ese momento fue cuando la cosa se puso realmente emocionante, y cuando sospeché que realmente estaba ante uno de los mejores momentos de la historia del cine. Porque, como sucede a menudo con las mejores ideas en el mundo de la creación, en realidad, nadie lo sabe. Muchos creen haber sido el autor intelectual de la idea y, muy probablemente, lo creyeron convencidos.

La película está basada en la novela de Pierre Boulle, La planète des singes. Boulle fue un ingeniero francés que trabajó como agente secreto con los franceses libres en Singapur, cayó prisionero y estuvo sometido a dos años de trabajos forzados. Cuando regresó a Francia se puso a escribir hasta que consiguió un hit con “El puente sobre el rio Kwai”. Muchos quisieron ver un carácter biográfico en la novela, porque parece indudable que una historia así había de estar claramente inspirada en su experiencia. Él lo negó. Más intrigante me parece la razón que lleva a un ingeniero que ha estado en el frente y prisionero, a escribir una historia de ciencia ficción sobre un lejano planeta donde los simios son dominantes. ¿Quizás unos captores particularmente mal encarados o unos críticos agrios con sus primeras obras? Boulle declaró que la idea de los simios surgió durante una visita al zoo. Los designios del creador son inescrutables. Pero seguramente su formación técnica y el momento histórico tienen algo que ver con haberse dejado seducir por la teoría de la relatividad. Einstein había muerto en 1955 y Boulle tiene una colección de cuentos cortos titulada E = mc2.

Aunque la novela es un poco ñoña, el final que concibe Boulle para su historia es inteligente. [SPOILER VA] La novela comienza con una amorosa que está pasando unas vacaciones maravillosas en el espacio,. Mientras navegan placenteramente lejos de los astros habitados, se encuentran con un mensaje dentro de una botella. El mensaje es la historia de un periodista de la Tierra, Ulysse Mérou, que se ve envuelto en un viaje espacial a un planeta en la lejana estrella Betelgeuse, donde descubre que los humanos viven sometidos por unos simios que se comportan como los humanos terrestres del siglo XX y que, por supuesto, fuman como carreteros. Después de las aventuras de rigor en el planeta Soror, Ulysse consigue huir y regresar a la Tierra. Cuando lo hace, para él sólo han pasado unos pocos años, pero en la Tierra han pasado setecientos porque el viaje de ida y vuelta a Soror se ha realizado a velocidades próximas a la de la luz(*). Al aproximarse a la Tierra todo parece normal. Allí están la Torre Eiffel y el aeropuerto de Orly. (Vamos, lo que cabría esperar después de ¡setecientos años!). Excepto que al aterrizar es recibido por un gorila en un jeep. En retrospectiva, se sabe que los navegantes de la nave que recogen el mensaje eran dos chimpancés.

Cómo ya digo, y sé muy bien a qué me refiero porque he utilizado este truco unos cuántas veces, se trata de uno de esos finales inspirados, un guiño satírico que deja un buen sabor de boca, pero que se queda en la superficie de nuestra psique, sin penetrar más hondo.

Ahora bien, dado que el objetivo de Hollywood y la industria del cine no es realmente nutrir nuestra psique, sino más bien secuestrarla por medio de sagas interminables con las que consiguen explotar una y otra vez las mismas historias y repetir los mismos gags hasta la saciedad; con el guion de Boulle ya tenían en realidad el material que necesitaban: Simios maleducados que estudian a humanos atolondrados usando las maquiavélicas técnicas de Paulov, en una grotesca inversión evolutiva que actúa como espejo cóncavo para magnificar la crítica. Sin embargo, como es habitual en el cine, la novela y el guion de la película tienen diferencias sustanciales. Todo equipo de producción que se precie tiene su corazoncito y nada más estimulante que deconstruir (a.k.a. despanzurrar) un buen guion para darle un nuevo giro. En este caso, debo admitir que lo consiguieron, lo que no es tan habitual. De alguna manera, la economía y los egos acabaron aliándose para producir una verdadera joya.

Arthur Jacobs, el productor, estaba buscando una historia similar a King Kong cuando se encontró con la novela de Boulle. Compró los derechos en 1963 y contrató a Rod Serling, el guionista de la serie de éxito Twilight Zone, para adaptarla, cosa que al parecer no fue tan sencilla(1).


ROD SERLING: Trabajé en el guion durante más de un año, durante el cual produje treinta o cuarenta borradores. Podría haber utilizado las páginas de sobra ¡para hacer una serie completa!

En mi primera versión, la sociedad de los monos no está en el limbo como en la película. Es tecnología del siglo XX, una ciudad como Nueva York en la que las puertas y los coches son más bajas y más anchas. Todo ajustado al tamaño de los antropoides, y obviamente filmarla así hubiera resultado mucho más caro.


El planeta de los simios tardaría todavía cinco años en llegar hasta la pantalla. Para cuando se estrenó en 1968, justo un año antes de la llegada del primer astronauta a la Luna, en plena carrera espacial, habían pasado por la producción tres directores, J. Lee Thompson, Blake Edwards y Franklin J. Schaffner, que fue el que finalmente acabó dirigiendo la película; el protagonista, Charlton Heston, que fue quien recomendó a Franklin; y Michael Wilson, otro guionista que llegó de la mano de Franklin. ¿A quién se le ocurrió la idea?

Rod Serling creía que era suya:

ROD SERLING: El final del libro es el que yo quería utilizar, por mucho que me gustara la idea de la estatua de la libertad. Siempre creí que había sido mi idea.


Pero, al parecer, la idea no se le ocurrió a él. La clave del final está en un almuerzo durante el que Arthur Jacobs se pregunta: ¿Qué pasaría si, en vez de en otro planeta, toda la historia tuviera lugar en la Tierra? Pero además el protagonista, Charlton Heston, no lo sabe y el público tampoco, hasta el final. ¡Guau! Eso sí que suena provocador, y entonces llega el momento del paroxismo creador, la imagen definitiva. O eso es lo que cuenta él:


ARTHUR JACOBS: Intentábamos hacer creer al público que era otro planeta, a diferencia de la novela de Boulle en la que realmente era otro planeta. Pensé que eso era bastante predecible cuando estábamos haciendo el primer guion. Tiene gracia, estaba almorzando con Blake Edwards, quien en aquel momento iba a ser el director, en la Delicatessen Yugo Kosherarna en Burbank, al otro lado de la calle de Warner Brothers. Le dije: “No funciona, es demasiado predecible”. Entonces dije: ‘¿Qué pasaría si él estuvo en la tierra todo el tiempo y no lo sabe, y el público no lo sabe?’ Blake dijo: ‘Eso es fantástico. Pongámonos en contacto con Rod.

Cuando salimos, después de pagar los dos sándwiches de jamón, miramos hacia arriba, y nos encontramos con una gran estatua de la libertad en la pared de la tienda de delicatessen. Ambos nos miramos y dijimos, ‘Rosebud’ (la clave para el argumento en Ciudadano Kane). Si nunca hubiésemos almorzado en esa tienda de delicatessen, dudo que hubiéramos tenido la estatua de la libertad como final de la película. Envié el guion terminado a Boulle, y él me contestó diciendo que pensaba que era más inventivo que su propio final, y deseó haberlo pensado cuando escribió el libro.


La película tuvo una buena acogida por parte del público y acabó recaudando más de $30 millones con un presupuesto de $5 millones. Fue elogiada por la crítica y se convirtió en una de las franquicias más exitosas del cine de ciencia ficción. Y cómo no podía ser de otra manera, sólo recibió un Óscar honorario por la calidad del maquillaje. En realidad, sino fuera por el final y por la música, la película sería esencialmente prescindible, como lo son todas sus burdas secuelas, precuelas y postprecuelas, concentradas en las bravuconadas de los monos y las penurias de los humanos. Pero el final de la película es glorioso y, para mí, la hace merecedora de un lugar de honor al lado de San Pedro en el cielo Hollywoodiense.

En realidad, lo mismo que sucede con la novela, el guion tiene algunas inconsistencias. Incluso sin la torre Eiffel o el aeropuerto de Orly a la vista, Charlton Heston debería haber sospechado que estaba de vuelta en la Tierra, porque estrellarse en un planeta desconocido, caer en un lago de aguas azules y salir de la nave en una atmósfera respirable en condiciones de presión y temperatura perfectamente compatibles con su fisiología, no es algo tremendamente probable. Pero Charlton Heston no repara inmediatamente en estas menudencias de rata de biblioteca, y el cine de aventuras tampoco, por supuesto. Y cuando se encuentra con unos simios que no son precisamente hospitalarios y sí bastante estrafalarios, todo esto pasa sin duda a un segundo término. Hasta el final.

Frente a la estatua de la libertad derruida, Charlton Heston comprende finalmente que el viaje a velocidades próximas a la velocidad de la luz y la hibernación le han devuelto exactamente a la casilla de salida, pero en un tiempo muy posterior al de su partida, y que lo que ha sucedido es que los idiotas de sus congéneres en la Tierra han sido incapaces de no autodestruirse.

Oh dios mío, he vuelto.
Estoy en casa, todo este tiempo.
Al final lo logre.
¡Maníacos!
La habéis destruido.
Yo os maldigo. Yo os maldigo a todos

Más allá de la historia, la película es capaz de encapsular de una manera muy nítida uno de los resultados más populares y más explotados de la teoría de la relatividad especial de Einstein, que había sido formulada hacía poco más de cincuenta años. Cuando yo vi la película, imagino que a principios de los setenta, era un niño, pero esa imagen se me quedó grabada a fuego. ¿Era ese viaje en el tiempo posible o era sólo un cuento de hadas? Si era posible, yo tenía que entender por qué alguien metido en una cápsula viajando a la velocidad de la luz podía proyectarse hacia delante en el tiempo. La película forjó mi vocación por la física.

Y visto ahora retrospectivamente, me doy cuenta de que también me estaba dando la pista de que yo era un jodido alienímagina, porque aunque no tengo ninguna duda de que el final es generalmente reconocido como uno de los mejores finales del cine, lo cierto es que, mientras la inmensa mayoría de mis queridos congéneres iban a disfrutar con las secuelas, con los monos ejerciendo de humanos y los humanos haciendo el mono, a mí la película me haría sumergirme en la física y en la teoría de la relatividad. Realmente me importaba un pimiento lo que le ocurriera a Charlton y a su chica (que, por cierto, estaba bastante bien la verdad)

A mí sólo me importaba saber por qué el tiempo se dilataba a medida que la velocidad relativa (v) se acercaba a la de la luz (c)(*) como el inverso de la raiz cuadrada de (1 – v2/c2).

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(*) En realidad, la dilatación en el tiempo observada entre dos sistemas de referencia inerciales que se mueven, uno con respecto al otro, con velocidad constante v, es simétrica, y la explicación del viaje hacia delante en el tiempo de Charlton Heston (paradoja de los gemelos) es un poco más intrincada.

Publicado por Teresa

Bubo scandiacus El búho nival (Bubo scandiacus) es una especie de ave estrigiforme de la familia Strigidae. En Estados Unidos se le conoce también como búho del Ártico o el gran búho blanco. Hasta recientemente, estaba visto como el único miembro de un género separado, Nyctea scandiaca. Es una estrigiforme de gran tamaño y uno de los cazadores alados más poderosos de la tundra. Soñar con un búho, advierte sobre la llegada de una persona mentirosa. También la liberación de una enfermedad peligrosa o la muerte.

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